Todos intuimos (y el autor de este libro también lo intuye) que la poesía nunca podrá cambiar el mundo, pero igualmente intentaremos ese cambio a través de ella. Es nuestra inútil búsqueda de redención, nuestro John Lennon desangrándose en la punta absurda de unas balas, nuestro Quijote obstinándose contra unos molinos que se multiplican, nuestro Cristo agonizando eternamente en la cruz. Durísima poesía de la vida. Todos sabemos que lo que no intentamos hoy, mañana engrosará la pesada mochila que transportaremos por los círculos dantescos que llevan a ninguna parte. Pero, como solo entendemos de actos inútiles, insistimos con la poesía, sin imaginar otros exabruptos. Cuando, a comienzos de los años 70, Enrique Gallego empezó a escribir, ya sabía que militaría en un ejército pacifista que perdería todas las batallas. Ninguna caricia. Ningún elogio. Solo olvido y una pizca de marginación le estarían aguardando. Pero igual esperó siempre que alguien tomara la llave y abriera estos poemas, como le gustaba decir por entonces. Primer premio Concurso Municipal de Poesía Felipe Aldana 1996. Jurado: D. G. Helder, Jorge Isaías, Nicolás Rosa.