Los poemas de Carlos Piccioni van escribiendo algo como afilados fragmentos de un cuaderno de filosofía, que parecen responder todos, de manera siempre parcial, no enfática, a una única cuestión: la que se pregunta por la condición humana. Con un lenguaje austero, con palabras netas, calentadas al borde de la calcinación para que alcancen su grado de significación definitivo, versos cortos y deliberada búsqueda de una también austera plasticidad resuelta a partir de la ubicación de las palabras en el espacio blanco de la página, Piccioni construye una antropología poética despojada de elocuencia, como el justo correlato de la sobriedad de sus preocupaciones. Primer premio Concurso Municipal de Poesía Felipe Aldana 2000. Jurado: Concepción Bertone, Raúl García Brarda y Martín Prieto.